Rajar de los árbitros es una práctica tan antigua casi como el propio fútbol, y si debe o no llevarse a cabo es otro asunto... pero el Barcelona ha traspasado una barrera histórica al mandar por escrito una queja oficial a la UEFA en la que trasladaba su malestar por el arbitraje sufrido por el alemán Wolfgang Stark en París ante el PSG, en la ida de los cuartos de final de la Liga de Campeones. Si bien es cierto que la queja al máximo organismo continental es por una cuestión de reglamento, no se puede tratar de ocultar con esa alegación la ristra de críticas vertidas, especialmente en las últimas semanas ya que se trata de un paso muy importante en la política del club azulgrana, que en los últimos años se ha puesto por bandera un falso disfraz de 'valores', que implicaban no quejarse nunca de los colegiados, aunque se hiciera de forma sutil.
Pero se acabó la hipocresía. Los que no hablaban de los árbitros, ya lo hacen. Cuando Mourinho, reincidente y maestro en este tipo de quejas, salió a la palestra para criticar la actuación del propio Stark en las semifinales de hace dos años ante el Barcelona, al otro lado del puente aéreo se recurrió a la acusación de 'equipo pequeño' y de 'falta de señorío'.
En su comparecencia, el portavoz del club, Toni Freixa, se encargó de abrir la puerta a un cambio en el trato arbitral: "No interpretamos la labor arbitral... Todo el mundo puede ver que últimamente no estamos teniendo suerte... Esperamos dejar de tener esta racha con los árbitros porque los hemos sufrido en las dos últimas eliminatorias". Lo cierto es que la queja de la directiva azulgrana desprende mezquindad por los cuatro costados. Si un médico le 'perjudica' en una intervención quirúrgica y decide denunciarlo, probablemente no estará buscando una solución a su problema, sino una compensación en el futuro. Es decir, lo peor, al menos a mi juicio, no es tanto la queja como el objetivo de esta.
Argumentaba Jordi Roura en rueda de prensa que las quejas procedentes de sus jugadores o de él mismo son únicamente "comentarios aislados" que en absoluto tienen que ver con las denuncias de otros conjuntos, porque las suyas "son clarísimas". Conviene recordar que el criterio es subjetivo y, que sepamos, no hay un medidor que nos indique cuáles son tan claras como para protestar públicamente y cuáles no.
Y es que el verdadero problema de repetirse hasta la saciedad que el Barça no se pronuncia sobre las decisiones arbitrales es que esa máxima se acaba asentando, aunque lo que de verdad se ha ido imponiendo, con más énfasis en el último años, es la fórmula del "nosotros no hablamos, pero...". Una forma de tirar la piedra y esconder la mano, solo que escondiéndola poco. Debe resultar más que estresante mantener ante el gran público un discurso que no convence ni a uno mismo, siempre procurando mostrar a todos una cara que te haga digno de alabanzas por no caer en ese juego sucio de entrar a valorar la influencia que ha tenido el árbitro en tu partido. Sin duda una postura que sería digna de elogio si no fuera porque es una utopía.
Pero lo cierto es que el Barcelona tiene poco de que quejarse este año. En Liga, los árbitros le han dado ese vital empujoncito cuando más lo necesitaba, cuando no sacaba los partidos adelante o los rivales se le subían a las barbas. Para no hablar en abstracto, hechos: en total, han sido once puntos que los azulgranas han ganado gracias a los favores arbitrales. En Pamplona (gol tras doble fuera de juego del Barça cuando iba perdiendo 1-0, que además acarrea la expulsión de un jugador rival por protestar); Valencia (gol legal anulado a Víctor Ruiz); Sevilla (expulsión injusta de un jugador del sevillista con 2-1 en el marcador, el 2-2 llega tras una mano de Thiago); y Valladolid (con 0-0 penalti y expulsión no pitados por mano de Jordi Alba en la línea de gol).
No debemos olvidar que el pasado año por estas fechas el ex vicepresidente (en la era Laporta) Alfons Godall mostraba abiertamente el trato de favor que habían recibido en el pasado por parte del estamento arbitral y la RFEF. "Las buenas relaciones con la Federación y con el Comité de árbitros nos ayudaron". Declarando también que la directiva de Rossell no estaba haciendo lo mismo, lo que estaría perjudicando al club. En definitiva, en Can Barça han dejado de hablar de fútbol para hacerlo de los árbitros. Mal asunto para ellos y también para todos esos niños a los que, según ellos, servían de ejemplo.
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