23 de mayo de 1990, aquella noche se disputaba la final de la Copa de Europa en el Praterstadion de Viena. Eusébio, todo un mito del fútbol mundial se arrodilla ante una de las muchas lápidas del cementerio judío de la capital austriaca. Coloca un ramo de flores, reza durante unos minutos y se aleja cabizbajo aunque con mirada esperanzadora. Hasta entonces, las oraciones de los miles de seguidores del Benfica de nada habían servido para detener la maldición pero quizá la suya, por ser quien era, sí podría conseguirlo.
Pero las maldiciones no entienden de mitos y, aquella tarde, el gran Eusébio no solo perdió un poco de su tiempo y las monedas que gastó en el ramo de flores... Por supuesto, quien yacía bajo aquella lápida no era otro que el díscolo, polémico y adelantado a su tiempo Béla Guttmann.
Este entrenador austrohúngaro de origen judío, licenciado en psicología y profesor de baile (como lo fueron Abraham y Eszter, sus padres) fue quien llevó al Benfica a lo más alto. Llegó al club en la temporada 1959-60, un año después de ganar la Liga con el FC Porto. El objetivo era claro, debía convertir al SL Benfica en el equipo más poderoso de Portugal. Para ello, remodeló el equipo de abajo a arriba. Lo primero que hizo fue despedir a 20 jugadores y fichar jóvenes jugadores provenientes de las colonias portuguesas de la época. Mozambique fue la mina de oro de Guttmann, y de allí sacó al portero Costa Pereira y a tres jugadores de campo: Arnaldo, Coluna y Eusébio. Eran jugadores fuertes, rápidos y con gran calidad. Además, inspirado por Gusztáv Sebes, entrenador de los 'Magiares mágicos', introdujo el 4-2-4 en Portugal, logrando grandes éxitos. En los dos años que estuvo al frente del Benfica alzó una Liga y dos Copas de Europa. Curiosamente las dos 'orejonas' las ganó ante equipos españoles en la final (en la 1961 ante el FC Barcelona y un año después ante el Real Madrid).
Con aquellos resultados se lograba el objetivo de convertir al Benfica en una potencia futbolística a nivel europeo. Sin embargo, la gloria llegó a su fin en el verano de 1962. Guttmann pidió un aumento de sueldo tras los éxitos de los dos años. El club no se lo concedió, dando comienzo a una serie de enfrentamientos entre entrenador y directiva en la que nadie dio su brazo a torcer. El fuerte carácter y las peculiares formas de Guttmann le acabarían costando el puesto; sin embargo al Benfica le acabaría costando mucho más.
Sin Guttmann en el banquillo, los lisboetas llegaron a la final de la Copa de Europa por tercera vez consecutiva en la temporada 1962-63. Aquella final ante el AC Milan, fue la primera de las cinco que alcanzó y perdió el conjunto desde que el entrenador austrohúngaro abandonara el club. El Inter de Milán en 1965, el Manchester United en 1968, el PSV Eindhoven en 1988 y, de nuevo el Milan en 1990, salieron vencedores en sus enfrentamientos ante el conjunto 'encarnado'. Además en la Copa de la UEFA (ahora Europa League), el Benfica perdió la final de 1983 ante el Anderlecht tras caer derrotado por 1-0 en la ida y empatar a uno en el Estádio da Luz. Anoche, el Benfica disputaba la final de la Europa League ante el 'Spanish Chelsea' en Amsterdam. 'As Águias' dominaron el encuentro, tuvieron más ocasiones y fueron mejores, pero el gol de Ivanović en el descuento fue suficiente para hundir a un equipo que, para colmo, perdió el fin de semana pasado el liderato de la Liga Zon Sagres ante el FC Porto, por lo que ya no depende de si mismo en la última jornada.
Así se cumplía la famosa maldición que lanzó Béla Guttmann cuando tuvo que abandonar el Benfica: "sin mí, el Benfica no volverá a ganar una Copa de Europa en cien años". Con el paso de los años, aquella frase ha perseguido al equipo y ha pesado como una losa sobre todos y cada uno de los jugadores que han disputado una final europea con la camiseta roja del conjunto lisboeta. Ni siquiera las oraciones de los fieles y las estrellas del pasado han detenido una maldición que, pese a que se sigue viendo como una fantasía, lo cierto es que hasta el momento se ha cumplido.
Eso sí, también hay un lado optimista e ilusionante para los aficionados del Benfica, siempre y cuando sean pacientes, claro... ya que a su equipo sólo le quedan 49 años para poder triunfar en Europa.
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