Cuando uno piensa en una liga de dos equipos, lo normal es pensar en la Scottish Premier League, en dos equipos: el Celtic de Glasgow y el Glasgow Rangers. Y es normal que se piense esto, pues desde la temporada 1984-85, el Celtic y el Rangers se alternan constantemente como campeones de liga. Desde ese Aberdeen de Alex Ferguson, conjuntamente con Dundee United, que mantuvo durante 3 años al Celtic y al Rangers alejados del título, la liga escocesa ha demostrado ser una liga de dos.
La gran lucha mantenida la pasada temporada por Barcelona y Real Madrid hasta casi el último segundo de la Liga no ocultó que la distancia entre ambos y los demás es sideral y superó incluso a la distancia al tercero de la Liga escocesa del Rangers y del Celtic, sus jerarcas. La comparación entre la Liga española y la Liga escocesa (donde los equipos tienen que jugar cuatro vueltas y acaban aburridos de verse las caras) es dolorosa para un país que es Campeón del Mundo. La diferencia abrumadora entre los dos dominadores del fútbol (Barça y Madrid), sobre el tercero (el Valencia), 27 puntos, encendió las alarmas. La negociación de los nuevos contratos televisivos, donde los grandes quieren huir de los pequeños, agranda el abismo.
Y esta temporada, tras 10 jornadas disputadas, no ha hecho más que certificar lo apuntado en años anteriores, esa bipolaridad que ilusiona a seguidores de los dos grandes y decepciona a los del resto. Antes de comenzar la Liga ya se sabe que el campeón saldrá de ese dúo, lo que hace cada día más complicado mantener el interés por la competición.
Sevilla, Valencia, Atlético de Madrid y Villarreal se presentan como alternativa, pero conforme el calendario se va comiendo fechas, los resultados los devuelven a la realidad. El dominio de Madrid y Barcelona es tan aplastante, que, guste o no, los demás clubes están destinados a luchar por cuestiones menores, como entrar en Europa o la Copa del Rey, quizá la competición más bonita que tenemos, pero que sufre el maltrato y el desprecio de quien la organiza, la Federación. Hasta tal punto es así que las primeras rondas se disputan de forma casi semiclandestina y no se facilita en nada su seguimiento a los aficionados. Eso sí, el título de Copa sirve para justificar una temporada.
¿Cómo solucionar este desequilibrio? Pues la cosa no pinta bien. El volumen de negocio de Real Madrid y Barcelona siempre ha sido superior al del resto, con la ventaja añadida de que no son Sociedades Anónimas Deportivas, con la bula que ello les permite. Sus ingresos se multiplican a una velocidad inalcanzable para sus competidores y los nuevos contratos con los operadores de televisión no han hecho más que disparar esas diferencias.
La gran lucha mantenida la pasada temporada por Barcelona y Real Madrid hasta casi el último segundo de la Liga no ocultó que la distancia entre ambos y los demás es sideral y superó incluso a la distancia al tercero de la Liga escocesa del Rangers y del Celtic, sus jerarcas. La comparación entre la Liga española y la Liga escocesa (donde los equipos tienen que jugar cuatro vueltas y acaban aburridos de verse las caras) es dolorosa para un país que es Campeón del Mundo. La diferencia abrumadora entre los dos dominadores del fútbol (Barça y Madrid), sobre el tercero (el Valencia), 27 puntos, encendió las alarmas. La negociación de los nuevos contratos televisivos, donde los grandes quieren huir de los pequeños, agranda el abismo.
Y esta temporada, tras 10 jornadas disputadas, no ha hecho más que certificar lo apuntado en años anteriores, esa bipolaridad que ilusiona a seguidores de los dos grandes y decepciona a los del resto. Antes de comenzar la Liga ya se sabe que el campeón saldrá de ese dúo, lo que hace cada día más complicado mantener el interés por la competición.
Sevilla, Valencia, Atlético de Madrid y Villarreal se presentan como alternativa, pero conforme el calendario se va comiendo fechas, los resultados los devuelven a la realidad. El dominio de Madrid y Barcelona es tan aplastante, que, guste o no, los demás clubes están destinados a luchar por cuestiones menores, como entrar en Europa o la Copa del Rey, quizá la competición más bonita que tenemos, pero que sufre el maltrato y el desprecio de quien la organiza, la Federación. Hasta tal punto es así que las primeras rondas se disputan de forma casi semiclandestina y no se facilita en nada su seguimiento a los aficionados. Eso sí, el título de Copa sirve para justificar una temporada.
¿Cómo solucionar este desequilibrio? Pues la cosa no pinta bien. El volumen de negocio de Real Madrid y Barcelona siempre ha sido superior al del resto, con la ventaja añadida de que no son Sociedades Anónimas Deportivas, con la bula que ello les permite. Sus ingresos se multiplican a una velocidad inalcanzable para sus competidores y los nuevos contratos con los operadores de televisión no han hecho más que disparar esas diferencias.
La televisión supone el 39% de los ingresos de los clubes y el porcentaje sigue subiendo. La desigualdad crece en el principal baluarte económico de los clubes españoles. En Alemania, Francia e Inglaterra, la media se sitúa en una proporción de entre dos a uno y tres a uno. Esto se debe a que en España cada club gestiona por separado sus derechos de retransmisión, frente al modelo de gestión conjunta extendido en Europa.
La estadística es abrumadora: desde que el Athletic, el club por su filosofía futbolística menos exigido en ese terreno, ganó la Liga en 1984, todos los títulos se los han repartido Madrid y Barcelona. Sólo cuatro excepciones: Atlético de Madrid (1995-1996), Deportivo de La Coruña (1999-2000) y Valencia (2001-2002 y 2003-2004).
El bipartidismo, pues, forma parte de las entrañas del fútbol español. En Inglaterra concluyó hace tiempo el viejo mano a mano entre Manchester United y Liverpool. En Alemania, el generalato del Bayern se ha visto sorprendido por otros equipos que le discuten cada título. En Italia, la pugna Milán-Roma es algo más que geográfica.
España, perteneciente al mundo del sur, comparte con Portugal y Grecia el bipartidismo o como mucho el triunvirato del éxito. Benfica, Sporting de Lisboa y Oporto son los únicos candidatos portugueses, como AEK, Olympiacos y Panathinaikos son los habituales aspirantes griegos. La democracia no es muy futbolística, ni siquiera en Grecia. Sin embargo, España, que comparte esa dictadura, se ha instalado en la lista de los más poderosos económicamente.
Los topes salariales tampoco igualarían la grandeza. Al final, los mejores futbolistas, aunque fueran menos en cantidad, seguirían jugando en los mismos clubes que seguirían teniendo el mayor porcentaje de talento frente al resto.
Lo cierto es que el agujero ha encendido algunas alarmas en la Liga española. Hay dudas de si en esas circunstancias, la Liga, entendida como una competición global, puede ser considerada como la mejor liga del mundo. Es verdad que en Inglaterra hay más equipos que compiten por el éxito, pero al final no pasan de cinco. Y en el resto de países ocurre algo similar.
Demasiadas diferencias para presumir de la mejor liga del mundo bajo la eterna espada de Damocles de la Premier inglesa y la sensación de que esto sigue siendo aquel juego en el que se enfrentan 11 contra 11 y siempre ganaban los mismos.
Para los demás queda el ingenio, el trabajo de cantera y la paciencia, cualidades que no abundan en el fútbol profesional, o la suerte de encontrarte con una secretaría técnica como la que dirige Monchi. Pero Monchi sólo hay uno.
La estadística es abrumadora: desde que el Athletic, el club por su filosofía futbolística menos exigido en ese terreno, ganó la Liga en 1984, todos los títulos se los han repartido Madrid y Barcelona. Sólo cuatro excepciones: Atlético de Madrid (1995-1996), Deportivo de La Coruña (1999-2000) y Valencia (2001-2002 y 2003-2004).
El bipartidismo, pues, forma parte de las entrañas del fútbol español. En Inglaterra concluyó hace tiempo el viejo mano a mano entre Manchester United y Liverpool. En Alemania, el generalato del Bayern se ha visto sorprendido por otros equipos que le discuten cada título. En Italia, la pugna Milán-Roma es algo más que geográfica.
España, perteneciente al mundo del sur, comparte con Portugal y Grecia el bipartidismo o como mucho el triunvirato del éxito. Benfica, Sporting de Lisboa y Oporto son los únicos candidatos portugueses, como AEK, Olympiacos y Panathinaikos son los habituales aspirantes griegos. La democracia no es muy futbolística, ni siquiera en Grecia. Sin embargo, España, que comparte esa dictadura, se ha instalado en la lista de los más poderosos económicamente.
Los topes salariales tampoco igualarían la grandeza. Al final, los mejores futbolistas, aunque fueran menos en cantidad, seguirían jugando en los mismos clubes que seguirían teniendo el mayor porcentaje de talento frente al resto.
Lo cierto es que el agujero ha encendido algunas alarmas en la Liga española. Hay dudas de si en esas circunstancias, la Liga, entendida como una competición global, puede ser considerada como la mejor liga del mundo. Es verdad que en Inglaterra hay más equipos que compiten por el éxito, pero al final no pasan de cinco. Y en el resto de países ocurre algo similar.
Demasiadas diferencias para presumir de la mejor liga del mundo bajo la eterna espada de Damocles de la Premier inglesa y la sensación de que esto sigue siendo aquel juego en el que se enfrentan 11 contra 11 y siempre ganaban los mismos.
Para los demás queda el ingenio, el trabajo de cantera y la paciencia, cualidades que no abundan en el fútbol profesional, o la suerte de encontrarte con una secretaría técnica como la que dirige Monchi. Pero Monchi sólo hay uno.
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