En estos días de tranquilidad futbolística postmundialista, muchos son los recuerdos e imágenes que nos deja el mayor evento deportivo del mundo. El primero es el último. Es la imagen que abre esta entrada. El 'zapatazo' de Iniesta ante Stekelenburg será, sin duda, el recuerdo más imborrable que tendremos de Sudáfrica 2010.
La segunda imagen que me viene a la memoria es la del cabezazo de Puyol ante los alemanes. Por la trascendencia y la forma del gol, que es la menos habitual en un equipo de toque como el español, pero sobre todo porque nos permitió aspirar a nuestra primera Copa del Mundo.
No obstante, y como es habitual en los grandes torneos, ha habido grandes sorpresas y fracasos escandalosos. La selección uruguaya, de la mano de Diego Forlán, ha cuajado un magnífico Mundial.
Dos grandes selecciones han caído con estrépito en la primera fase. Las dos selecciones disputaron la final en 2006. Francia e Italia no fueron capaces de ganar ni un solo partido. Las estrellitas encima del escudo no son sinónimo de éxito; a veces pueden llegar a pesar demasiado.
Éste también es el Mundial del Brasil en el que primó la defensa sobre el ataque y la que no entiende de fantasía futbolística. Una cosa es adaptarse al entorno futbolístico y otra renunciar a tus orígenes. Y Brasil ha perdido su identidad. Más vale que la recupere en cuatro años, ya que les toca organizar su propio Mundial. Y los aficionados cariocas exigirán una sexta estrella en el Mundial de 2014.
En la misma línea que los brasileños, Holanda perdió su fútbol por el camino. Renunció al balón, le contestó con un sonoro NO fútbol de toque y se llenó de fuerza y músculo. Ganaron a los brasileños con su misma medicina y estuvieron a cuatro minutos de llegar a los penaltis en la final frente a España. Demasiado premio para tan poca propuesta.
Ha sido el Mundial de la Argentina entrenada por Maradona. Llegaron con muchísimas dudas a la cita. Se clasificaron por los pelos, evitando una repesca que hubiese sido toda una humillación para un país que vive y bebe de este deporte. Empezaron ganando con lo justo a los nigerianos y superaron, con cierta comodidad, a coreanos y griegos. Pero llegó el plato fuerte y los alemanes se los comieron.
Quedará en la memoria el buen papel de las selecciones sudamericanas de segundo nivel. Chile, Paraguay y Uruguay pueden estar más que orgullosos de sus partidos. Ningún rival les ha ganado con facilidad. Sólo tenemos que recordar la angustia que pasamos en el partido contra los guaranís. Chile cayó contra Brasil tras una buena primera fase. Y qué decir de Uruguay que no hayamos dicho ya. Los uruguayos, además, nos dejaron dos imágenes en un solo partido: las manos de Suárez y el penalti lanzado por Abreu. Los tres combinados comparten una misma característica: mueren y van hasta el final con sus selecciones.
Algunos ya ni se acuerdan, pero fuimos la primera selección que alzó la Copa del Mundo tras perder en el primer partido. Caímos derrotados contra Suiza. Sí, esa selección que marcó el camino de las demás; la única forma de ganar a España, al menos en este Mundial, era la de cerrarse atrás, colgarse del larguero si hacía falta y tener mucha suerte en los contragolpes.
El nivel de los árbitros ha sido, en general, lamentable. Empezaron sin hacer apenas ruido, pero luego fueron tan molestos como el sonido de las vuvuzelas, símbolo de Sudáfrica y a las que terminaremos por coger cariño. Howard Webb rubricó en la final que el arbitraje FIFA, con unas normas y unos aparatos propios del siglo pasado, debe cambiar.
Me acuerdo, en los días previos a la competición, del debate sobre la seguridad y la pertinencia de disputar un evento de este calado. Que si África no estaba preparada, que los estadios se terminaron con mucho retraso, que el país no podrá vigilar y ayudar a todos los combinados…Y si a eso le sumas que en los días previos desvalijan a periodistas españoles y portugueses en sus hoteles, la bola de nieve puede ser de dimensiones gigantescas. Podemos decir, una vez terminado el Mundial, que África sí estaba preparada y que, además, merecía albergar un acontecimiento de este tipo. El continente africano nos ha dado nuestra primera Copa del Mundo.
Es el Mundial de las estrellas estrelladas. De los Messi, Cristiano, Kaká, Rooney, Ribery. De futbolistas que se debían comer el mundo y que al final terminaron por comerse su propio ego. Una demostración más de que el fútbol es un deporte de equipo y que, si el equipo no ayuda, tú no podrás explotar tus cualidades, por muy extraordinarias que sean.
Ha sido la primera Copa del Mundo en donde el balón ha hecho de las suyas en muchísimos partidos. Y desde aquí instamos a las marcas deportivas que consulten a los jugadores y porteros, ya que hay demasiado en juego.
Será, sin duda, el Mundial del fútbol. Un Mundial de un nivel medio en cuanto a emoción y, sobre todo, calidad futbolística, pero en el que terminó ganando la mejor.
La segunda imagen que me viene a la memoria es la del cabezazo de Puyol ante los alemanes. Por la trascendencia y la forma del gol, que es la menos habitual en un equipo de toque como el español, pero sobre todo porque nos permitió aspirar a nuestra primera Copa del Mundo.
No obstante, y como es habitual en los grandes torneos, ha habido grandes sorpresas y fracasos escandalosos. La selección uruguaya, de la mano de Diego Forlán, ha cuajado un magnífico Mundial.
Dos grandes selecciones han caído con estrépito en la primera fase. Las dos selecciones disputaron la final en 2006. Francia e Italia no fueron capaces de ganar ni un solo partido. Las estrellitas encima del escudo no son sinónimo de éxito; a veces pueden llegar a pesar demasiado.
Éste también es el Mundial del Brasil en el que primó la defensa sobre el ataque y la que no entiende de fantasía futbolística. Una cosa es adaptarse al entorno futbolístico y otra renunciar a tus orígenes. Y Brasil ha perdido su identidad. Más vale que la recupere en cuatro años, ya que les toca organizar su propio Mundial. Y los aficionados cariocas exigirán una sexta estrella en el Mundial de 2014.
En la misma línea que los brasileños, Holanda perdió su fútbol por el camino. Renunció al balón, le contestó con un sonoro NO fútbol de toque y se llenó de fuerza y músculo. Ganaron a los brasileños con su misma medicina y estuvieron a cuatro minutos de llegar a los penaltis en la final frente a España. Demasiado premio para tan poca propuesta.
Ha sido el Mundial de la Argentina entrenada por Maradona. Llegaron con muchísimas dudas a la cita. Se clasificaron por los pelos, evitando una repesca que hubiese sido toda una humillación para un país que vive y bebe de este deporte. Empezaron ganando con lo justo a los nigerianos y superaron, con cierta comodidad, a coreanos y griegos. Pero llegó el plato fuerte y los alemanes se los comieron.
Quedará en la memoria el buen papel de las selecciones sudamericanas de segundo nivel. Chile, Paraguay y Uruguay pueden estar más que orgullosos de sus partidos. Ningún rival les ha ganado con facilidad. Sólo tenemos que recordar la angustia que pasamos en el partido contra los guaranís. Chile cayó contra Brasil tras una buena primera fase. Y qué decir de Uruguay que no hayamos dicho ya. Los uruguayos, además, nos dejaron dos imágenes en un solo partido: las manos de Suárez y el penalti lanzado por Abreu. Los tres combinados comparten una misma característica: mueren y van hasta el final con sus selecciones.
Algunos ya ni se acuerdan, pero fuimos la primera selección que alzó la Copa del Mundo tras perder en el primer partido. Caímos derrotados contra Suiza. Sí, esa selección que marcó el camino de las demás; la única forma de ganar a España, al menos en este Mundial, era la de cerrarse atrás, colgarse del larguero si hacía falta y tener mucha suerte en los contragolpes.
El nivel de los árbitros ha sido, en general, lamentable. Empezaron sin hacer apenas ruido, pero luego fueron tan molestos como el sonido de las vuvuzelas, símbolo de Sudáfrica y a las que terminaremos por coger cariño. Howard Webb rubricó en la final que el arbitraje FIFA, con unas normas y unos aparatos propios del siglo pasado, debe cambiar.
Me acuerdo, en los días previos a la competición, del debate sobre la seguridad y la pertinencia de disputar un evento de este calado. Que si África no estaba preparada, que los estadios se terminaron con mucho retraso, que el país no podrá vigilar y ayudar a todos los combinados…Y si a eso le sumas que en los días previos desvalijan a periodistas españoles y portugueses en sus hoteles, la bola de nieve puede ser de dimensiones gigantescas. Podemos decir, una vez terminado el Mundial, que África sí estaba preparada y que, además, merecía albergar un acontecimiento de este tipo. El continente africano nos ha dado nuestra primera Copa del Mundo.
Es el Mundial de las estrellas estrelladas. De los Messi, Cristiano, Kaká, Rooney, Ribery. De futbolistas que se debían comer el mundo y que al final terminaron por comerse su propio ego. Una demostración más de que el fútbol es un deporte de equipo y que, si el equipo no ayuda, tú no podrás explotar tus cualidades, por muy extraordinarias que sean.
Ha sido la primera Copa del Mundo en donde el balón ha hecho de las suyas en muchísimos partidos. Y desde aquí instamos a las marcas deportivas que consulten a los jugadores y porteros, ya que hay demasiado en juego.
Será, sin duda, el Mundial del fútbol. Un Mundial de un nivel medio en cuanto a emoción y, sobre todo, calidad futbolística, pero en el que terminó ganando la mejor.
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