Carlos Alberto Parreira llegaba al Mundial de Estados Unidos habiendo construido un equipo desde premisas muy próximas a las de Sebastião Lazaroni, quien había fracasado cuatro años antes como seleccionador brasileño. Diagnosticando que el motivo de que Brasil llevase 24 años sin ganar la Copa del Mundo era la intermitencia de las figuras y la inconsistencia en el centro del campo, montó un conjunto que desprendía un inconfundible aroma europeo.
El combinado brasileño se plantaba con el clásico 4-4-2, con un estricto sistema defensivo y una libertad total en el ataque, destacando la movilidad de ambos delanteros, en cuyas manos recaía toda la responsabilidad del gol. Claro, que si estos delanteros se llaman Romário y Bebeto el gol está más que asegurado, y probablemente por ello llegó Brasil a donde llegó. Ambos se encontraban en la cumbre de su carrera, 'O Baixinho', el jugador de dibujos animados que creaba como nadie goles de la nada, y el 'asesino con cara de niño', que había llevado a los cielos al Deportivo de La Coruña.
Por detrás, la media, que definía el tono del equipo, con los galones del veterano Dunga y el poderío de Mauro Silva, Zinho y Mazinho. Todos magníficos jugadores, pero de parecido perfil, mejores sin el balón que con él y maestros del posicionamiento y el robo antes que del pase o el gol. Dos incisivos laterales como Jorginho y Leonardo (o Cafú y Branco en su defecto) daban profundidad por las bandas, y Aldair (o Ricardo Rocha) y Márcio Santos echaban el cierre atrás.
Los brasileños superaron sin problemas la primera fase, donde se midieron a Rusia (2-0), Camerún (3-0) y Suecia (1-1). En octavos esperaba la la selección anfitriona, los EE.UU. entrenados por el 'trotamundos' Bora Milutinovic. El partido fue más duro de lo que se esperaba a priori, en el minuto 43 Brasil se quedaba con un hombre menos por expulsión de Leonardo, quien no volvió a jugar ni un solo minuto más. Finalmente el encuentro lo decidió una jugada aislada, típica diablura de la pareja de ataque brasileño a falta de no demasiado tiempo.
Los cuartos de final depararon quizá el mejor partido del torneo, contra la Holanda que comandaba el majestuoso Dennis Bergkamp. Tras un bonito primer tiempo que sin embargo acabó sin goles, de nuevo Romário y Bebeto volvieron loca a la zaga holandesa colocando en veinte minutos un 2-0 que se antojaba definitivo. Pero los holandeses tenían demasiado fútbol y demasiado orgullo para entregar tan pronto el partido, así que un gol estratosférico de Bergkamp y un testarazo de Winter inauguraron un nuevo partido. Y para que nada mitigase el aroma a duelo mortal de la contienda, fue Branco, lanzando magistralmente una falta, quien volcó definitivamente la balanza.
El combinado brasileño se plantaba con el clásico 4-4-2, con un estricto sistema defensivo y una libertad total en el ataque, destacando la movilidad de ambos delanteros, en cuyas manos recaía toda la responsabilidad del gol. Claro, que si estos delanteros se llaman Romário y Bebeto el gol está más que asegurado, y probablemente por ello llegó Brasil a donde llegó. Ambos se encontraban en la cumbre de su carrera, 'O Baixinho', el jugador de dibujos animados que creaba como nadie goles de la nada, y el 'asesino con cara de niño', que había llevado a los cielos al Deportivo de La Coruña.
Por detrás, la media, que definía el tono del equipo, con los galones del veterano Dunga y el poderío de Mauro Silva, Zinho y Mazinho. Todos magníficos jugadores, pero de parecido perfil, mejores sin el balón que con él y maestros del posicionamiento y el robo antes que del pase o el gol. Dos incisivos laterales como Jorginho y Leonardo (o Cafú y Branco en su defecto) daban profundidad por las bandas, y Aldair (o Ricardo Rocha) y Márcio Santos echaban el cierre atrás.
Los brasileños superaron sin problemas la primera fase, donde se midieron a Rusia (2-0), Camerún (3-0) y Suecia (1-1). En octavos esperaba la la selección anfitriona, los EE.UU. entrenados por el 'trotamundos' Bora Milutinovic. El partido fue más duro de lo que se esperaba a priori, en el minuto 43 Brasil se quedaba con un hombre menos por expulsión de Leonardo, quien no volvió a jugar ni un solo minuto más. Finalmente el encuentro lo decidió una jugada aislada, típica diablura de la pareja de ataque brasileño a falta de no demasiado tiempo.
Los cuartos de final depararon quizá el mejor partido del torneo, contra la Holanda que comandaba el majestuoso Dennis Bergkamp. Tras un bonito primer tiempo que sin embargo acabó sin goles, de nuevo Romário y Bebeto volvieron loca a la zaga holandesa colocando en veinte minutos un 2-0 que se antojaba definitivo. Pero los holandeses tenían demasiado fútbol y demasiado orgullo para entregar tan pronto el partido, así que un gol estratosférico de Bergkamp y un testarazo de Winter inauguraron un nuevo partido. Y para que nada mitigase el aroma a duelo mortal de la contienda, fue Branco, lanzando magistralmente una falta, quien volcó definitivamente la balanza.
En semifinales, la reedición del duelo de la primera fase con Suecia (y de la final del 58) volvió a decidirla Romário, esta vez de cabeza a diez minutos del final. El encuentro tuvo claro color 'azul' (el de la segunda equipación de Brasil), y sólo tardó tanto en resolverse por las magníficas actuaciones del veterano portero Thomas Ravelli.
Así pues Brasil llegaba a la final, en donde se encontraba con Italia. Dos equipos extremadamente tácticos comparecían en el césped del Rose Bowl de Los Ángeles el 17 de Julio de 1994. Lo que los dos equipos hicieron a la perfección en este partido fue el secado de la estrella rival; en el caso de Romário, fue Baresi el encargado de dirigir el dispositivo defensivo para desactivar a 'O Baixinho'. A Roberto Baggio lo persiguió muy de cerca Mauro Silva, y el crack pasó desapercibido, al menos durante el tiempo reglamentario.
Baggio tuvo el título en sus botas a pocos minutos del final, quizá la única vez que consiguió escaparse de Mauro, volvió a tenerla en la prórroga, pero Taffarel certificó que aquel no era su día. Ni el de Romário, que no llegó por centímetros a un balón que valía un Mundial. Por primera vez en la historia una final del Campeonato Mundial de fútbol se iba a decidir desde el punto de penalti.
Y allí, para que todo fuera desagradable, los fallos de los italianos, Franco Baresi, Daniele Massaro y Roberto Baggio, dieron el tetracampeonato a Brasil. El mejor equipo del torneo, el que mejor fútbol había practicado, 'la seleção' había merecido ganar, pero todos hubiéramos preferido que fuese de otro modo.
Así pues Brasil llegaba a la final, en donde se encontraba con Italia. Dos equipos extremadamente tácticos comparecían en el césped del Rose Bowl de Los Ángeles el 17 de Julio de 1994. Lo que los dos equipos hicieron a la perfección en este partido fue el secado de la estrella rival; en el caso de Romário, fue Baresi el encargado de dirigir el dispositivo defensivo para desactivar a 'O Baixinho'. A Roberto Baggio lo persiguió muy de cerca Mauro Silva, y el crack pasó desapercibido, al menos durante el tiempo reglamentario.
Baggio tuvo el título en sus botas a pocos minutos del final, quizá la única vez que consiguió escaparse de Mauro, volvió a tenerla en la prórroga, pero Taffarel certificó que aquel no era su día. Ni el de Romário, que no llegó por centímetros a un balón que valía un Mundial. Por primera vez en la historia una final del Campeonato Mundial de fútbol se iba a decidir desde el punto de penalti.
Y allí, para que todo fuera desagradable, los fallos de los italianos, Franco Baresi, Daniele Massaro y Roberto Baggio, dieron el tetracampeonato a Brasil. El mejor equipo del torneo, el que mejor fútbol había practicado, 'la seleção' había merecido ganar, pero todos hubiéramos preferido que fuese de otro modo.
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